Blanca y José, hondureños que huían de "los maras", fueron deportados tras vivir 5 años en EU; en su travesía por México, el esposo fallece en un accidente. Blanca no pudo ni enterrar a José y hoy, en la pobreza y con sus tres pequeños hijos, busca en Culiacán una oportunidad de vida.
Por Claudia Beltrán
Ciudad de México, 14 de julio (SinEmbargo/Noroeste).- La política migratoria del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de un día para otro y de manera irreversible, cambió la vida de una familia.
Hace más de dos meses, Blanca Citlali y su esposo José Juan, originarios de San Pedro Sula, Honduras, fueron deportados de San Bernardino, California.
Los esposos y Juan, su bebé, llegaron a Estados Unidos aproximadamente hace cinco años. En ese país tuvieron dos hijos más: Hitzayana y Agner, que ahora tienen tres años y un año 4 meses, respectivamente.
De San Pedro Sula, Blanca y José huyeron de la pobreza y el peligro que representaban los "maras", organización criminal internacional.
La pareja salió de Honduras cuando su hijo tenía cinco días de nacido. José Juan no estuvo dispuesto a pagarle una cuota a los "maras", la cual supuestamente serviría para su protección.
Ante la negativa de pagar, los "maras" lo amenazaron. Les dijeron: "recordarán que ahí estaba su 'güirro' o su 'zipote', en referencia a su recién nacido.
En Honduras, los "maras" controlan todo, por eso, ante la amenaza contra su hijo, Blanca y José optaron por dejar San Pedro, Sula. Pagaron camión hacia Guatemala. La mira era Estados Unidos. Al llegar a Guatemala, pagaron para cruzar en balsa el Río Suchiate y llegar a México.
MÉXICO, UN INFIERNO PARA EL MIGRANTE
En México, cerca de San Cristóbal de las Casa, Chiapas, "trampean" al tren conocido como "La Bestia". Ella traía a su recién nacido en el pecho, en un "canguro". El tren se movía despacio, podía "trampearlo". Los tres se fueron al "lomo" del tren. La instrucción de su esposo, era amarrarse para no caerse en caso de que se durmiera y así lo hizo.
De San Cristóbal, llegó a Lecherías, Distrito Federal. Se bajaron y buscaron monedas para vivir. Había dos rutas para llegar a Estados Unidos: la del Golfo o la del Pacífico. Si se iban por Tamaulipas, llegar a Estados Unidos, era más rápido, sin embargo, era más peligroso por la existencia de Los Zetas.
Decidieron tomar la ruta del Pacífico, o del "infierno". Era mejor soportar el clima que caer en manos de "Los Zetas".
De San Cristóbal a Lecherías, había miedo en la travesía. El riesgo más grande es que te maten o te quiten a los niños para venderlos. Narra Blanca Citlali. De San Cristóbal a Lecherías, los "maras" controlan la "línea".
Su esposo le explicaba que los niños los compran para el mercado sexual. Ella siempre sintió la protección de José.
En Lechería tomaron de nuevo el tren. El siguiente punto es Irapuato y de ahí, hasta Guadalajara y así hasta llegar a Mexicali. De Mexicali cruzaron a Estados Unidos por el Cerro El Centinela.
El "pollero" los llevó a San Bernardino, donde vivieron cerca de cinco años, hasta que fueron deportados.
LA DEPORTACIÓN
En Estados Unidos su esposo trabajó en donde pudo, mientras ella se enfocó en cuidar a Juan, Hitzayana y Agner, sus tres pequeños hijos. Todo caminaba bien hasta que fueron deportados.
Los dos estaban en una tienda de San Bernardino, hasta donde llegaron agentes policiacos solicitándoles los papeles que los acreditaban para vivir en el país.
Al no presentarlos, los agentes pidieron a los hondureños poner las manos hacia atrás para ser esposados y echados a la patrulla, donde les leyeron sus derechos en inglés, idioma que no dominaban Blanca y José.
El sentimiento afloró en ambos al sentir la separación de sus hijos. Cuando fueron detenidos por la policía, sus dos hijos e hija estaban con su cuñada.
Los agentes trasladaron a Blanca y José al departamento del Sheriff donde había un traductor. En español les explicaron por qué la detención y que serían deportados a su país. Mientras se daba este proceso les pidieron celulares, dinero y todas sus pertenencias que después les regresaron.
La autoridad les preguntó de qué país eran. Los dos respondieron que eran de México, para no regresar a Honduras, no querían regresar ahí. Ese era el acuerdo.
De parte del gobierno norteamericano no hubo más preguntas, lo mismo daba decir México, Guatemala, Honduras, El Salvador a ellos sólo les importa "que salgan los indocumentados".
¿Y LOS NIÑOS?
Durante dos días estuvieron detenidos hasta que fueron expulsados por Agua Prieta, Sonora y desde territorio mexicano llamaron a su cuñada para informarle que habían sido deportados, que viera la forma de mandarle a sus niños.
A la cuñada no le extrañó la noticia, dio por hecho habían sido deportados. En esos dos días, Hitzayana y Agner, no paraban de llorar. José Juan, el papá, pidió a su hijo mayor hablara con sus hermanitos, les explicara que habían sido deportados, que se calmaran, que pronto iban a estar juntos.
Cinco días después de haber sido deportados, su cuñada ayudó pasándole a sus niños. Con la familia completa, en México inician otra travesía con destino a Culiacán donde el final no es feliz. Desde que los expulsaron de Estados Unidos pusieron los ojos en esta ciudad, donde podían trabajar en campos agrícolas.
MUERTE DE JOSÉ
En su tránsito por este país, en un ejido compraron un carro modelo 1989. Por la unidad dieron 200 dólares. En él continuaron su viaje.
El 24 de junio pasado, antes de llegar a Caborca, entre 21:00 y 22:00 horas el carro se les descompuso en la carretera, la pila no sirvió, se apagaron las luces. Un camión los golpea por atrás, avienta la unidad. Blanca queda inconsciente y, en medio de la oscuridad, se despertó con el llanto de Juan, su hijo de 5 años de edad.
Agentes policiacos auxilian, suben a la patrulla a Blanca y sus tres hijos. Una ambulancia de la Cruz Roja los intercepta en el camino y los lleva al Hospital General de Hermosillo. Cuando recibían atención médica escuchó cuando un médico le dijo a la enfermera que si el niño que estaba ahí, era hijo de la persona que falleció en el accidente.
En ese momento Blanca confirmó que su esposo estaba muerto, lo sospechó desde el accidente. Sabe que su esposo nunca la hubiera dejado sola, ni a sus tres hijos. Su hijo aún no cree que su padre está muerto.
Pasaron los días y quiso recuperar el cuerpo de su esposo, cremarlo, recoger sus cenizas, pero no pudo. La funeraria le pedía 6 mil pesos para entregarle el cuerpo y si quería cremarlo, eran 3 mil 500 pesos más.
Acudió con el Ministerio Público, quien le pidió papeles y al no tenerlos, le dio miedo que llamaran a migración y la mandaran a Honduras a donde no quiere regresar. Al no poder recuperar a su esposo, sale de la oficina, con dolor, decide dejarlo en la funeraria y continuar su travesía con sus tres pequeños.
BLANCA LLEGA A CULIACÁN
El domingo pasado llegó a Culiacán, se hospedó en un hotel económico, durmió, acudió al DIF municipal donde externó buscaba un albergue, porque su esposo falleció. Le respondieron no había. Sin dinero pide monedas en los cruceros para comprarle leche y pañales a sus pequeños.
Quiere trabajar, un cuarto donde vivir con sus tres niños, de quienes no se quiere separar. No quiere dormir en la calle con ellos.
"Con Donald Trump todo cambió y de un día para otro me quedé sola con mis tres niños", enfatizó Blanca Citlali, mujer de 39 años de edad.
Con Barack Obama, ex Presidente de Estados Unidos, era más relajado el ambiente, aún cuando también se daban las deportaciones, sin embargo, con la llegada de Trump se registró una especie de cacería.
Con Obama la probabilidad de deportarte era baja, con Trump no, un indocumentado sabe que en cualquier momento le podrá tocar, narra.
Hoy Blanca está en Culiacán con sus tres pequeños buscando una oportunidad de vida que perdió con la llegada de Donald Trump.